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El alonsismo

España es un país peculiar donde los haya. Quizás la abundante ración de horas de sol que digerimos al año produzca una especie de alteración genética que nos haga ser así sin que podamos remediarlo. El tema está en que tenemos la poco reflexiva capacidad de idolatrar como de aborrecer a cualquier hijo-de-vecino que se presente. Y no sólo eso, sino que tenemos dos portentosas "virtudes" añadidas a la ya señalada: podemos llevar ese amor/odio a cotas insostenibles; y la que es más llamativa, tenemos el don de pasar de la idolatría al apedreamiento público tan rápidamente que pueden llegar incluso a solaparse.

Este hispánico modus operandi afecta también, y especialmente -diría yo- a Fernando Alonso. Allá por 2003-2005 se fraguó y consolidó la llamada "Alonso-manía". Centenares de miles de personas se agolpaban un domingo sí y otro no frente a sus televisores para seguir las proezas de un asturiano en un deporte de cuatro ruedas. En los bares estaba a la orden del día si los Michelín eran mejor que los Bridgestone o si Ralf Schumacher era un hijo de su madre. Entre lo que ponía Fernando en pista y las buenas dotes de comunicación de Antonio Lobato, el alonsismo había nacido para quedarse entre nosotros.

Sinceramente, no sabría decir qué cualidades tiene el alonsismo, porque cada uno es libre de seguir, admirar, a una persona de la forma que quiere o puede. Sin embargo, creo -y es mi opinión- que hay formas de serlo que perjudican al alonsismo y a este deporte. Veamos algunos vicios que se pueden coger:

  • Idolatría. Esto va mucho con el modus operandi del español. Somos mucho de ídolos: Cruyff, Butragueño, Ronaldo, Raúl, Messi, Cristiano, Gasol, Nadal, Pedrosa, Lorenzo, Márquez... Ídolos que encumbramos a la mínima y que jubilamos a la mínima también. Somos unos depredadores de ídolos. Probablemente nadie nos ha educado a que un ídolo pueda permanecer más de 15 años en la cima. Alonso debutó hace 18.

  • Comparación con el fútbol. Por otro lado está el fútbol. Bendito y maldito fútbol que utilizamos como estándar para casi todo. No hay medias tintas que valgan. O del Madrid, o del Barça. De Messi, o de Cristiano. Con Casillas o contra él... Eso, que va en el ADN rancio, lo hemos llevado también a la Fórmula 1 en varios aspectos:

  • La fidelidad a un equipo: en 2005 todos éramos de Renault, ¿pero qué pasa en 2007? Creo que ese cambio -lógico- creó un cortocircuito en el aficionado español: ¿seguir fiel al piloto o a la marca que le hizo crecer? Y eso creó muchas dudas en el aficionado. Se empezó a dudar del piloto por el mero hecho de cambiar.

  • El que es bueno, es bueno donde esté: En fútbol sabemos reconocer la calidad y vemos a las primeras quién es bueno y quién no. Sin embargo, -y desgraciadamente- en Fórmula 1 del coche depende el 85% del resultado del piloto. Esto también creó y crea confusión y frustración en el aficionado. ¿Por qué antes ganaba siempre y ahora no? ¿Ya no es tan bueno? ¿Por qué no le dan un coche ganador? Y esta confusión, lleva la siguiente.

  • El rival es siempre peor que yo: en fútbol solemos considerar al rival como de peor calidad que nuestros jugadores. En Fórmula 1, este razonamiento es insostenible. Un peor piloto en un buen coche conseguirá más puntos y saldrá más en la tele que un mejor piloto en un mal coche. Por ejemplo: Rosberg en Mercedes y Alonso en McLaren en 2015 y 2016. Al aficionado futbolero le choca que un tío que el año anterior no hacía sombra a su ídolo, al año siguiente le dobla a mitad de carrera. ¿Entonces no era tan malo? ¿O el nuestro no era tan bueno?

  • Chulería. Este es un tema conflictivo. Si hay algo que el español detecta (y detesta) entre las figuras públicas es la chulería. Y por qué no, podemos decir que Fernando Alonso puede haber sido juzgado desde un comportamiento chulesco. A veces ha reaccionado ante la opinión pública desde una alta autoestima o desde una seguridad en sí mismo superlativa. Eso hace saltar las alarmas en el aficionado. "Ya está aquí el chulo este". Desde mi punto de vista, Alonso no ha reconocido públicamente que se ha equivocado alguna vez en sus decisiones fuera de los circuitos y eso le lastra y le lastrará siempre en la opinión pública; pero eso no quita para que él mismo sepa que es el mejor piloto del mundo. De hecho, lo han afirmado algunas autoridades del mundo de la Fórmula 1.

Así pues, yo creo en un alonsismo sano y crítico. Ser alonsista significa saber valorar al tuyo, en su justa medida. ¿Tener preferencia por él? Claro, pero dentro de un contexto lógico y cabal. Ser alonsista es apoyarle en las horas bajas y ponerle en el suelo en las altas. Ser alonsista es defenderle de los rivales, pero sin menospreciarles. Ser alonsista es levantarse a verle correr en Suzuka a las 7 de la mañana. Ser alonsista es descargarse la aplicaciónde la Indy y verle dar vueltas como un poseso al óvalo. Ser alonsista es amar la Fórmula 1 y eso implica considerar los peligros que conlleva ser piloto. Ser alonsista no es incompatible con ser Ferrarista, o Mercedista, o incluso Vettelista, o Hamiltoniano.

En fin, que cada uno sea alonsista (o no) como quiera; pero a la larga un mal alonsismo va en contra del propio alonsismo, de la Fórmula 1 y hasta de Fernando Alonso. De hecho, llevamos un tiempo cosechando los frutos de alonsistas insanos, que son los primeros antialonsistas. Al fin y al cabo, lo bonito sería decir todos a una: ¡Avanti Fer!

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